buy prednisone for dogs online UNO
Es de noche, el día de rodaje fue largo e intenso. Hay muy poca luz en Los Monos, solo se ven dos breves luces en la distancia e irme a bañar en el tanque detrás de la maloca no parece una opción atractiva. Y entonces aparece la lluvia.
Justo al frente de la cabaña que nos prestó Diogenes me baño en ella, es lluvia amazónica, algo debe significar, algo distinto debe de tener. Yo simplemente dejo que el agua caiga durante una hora y me voy a dormir totalmente renovado.
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Como puedo me monto en el peque peque, una pequeña canoa de madera cuyo motor es una guadaña (los indígenas también hackean para sobrevivir pensé la primera vez que vi una), vamos Diógenes, su sobrina Dora y yo. El motor se enciende -el sonido peque-peque-peque-peque que hacen la aspas en el agua hace que el nombre tenga lógica- y nos adentramos al Río Caquetá.
Entramos por un caño y buscamos la locación de pesca. Diógenes se baja y busca unas ramas largas para armar su caña de pescar. Después entre el y Dora desarman grandes piezas de tierra húmeda en busca de gusanos, carnada viva que asegure la pesca. Al principio cuesta encontrarlos hasta que encuentran un pedazo de tierra con varias decenas de ellos.
Lanzan sus anzuelos, la pesca está quieta, Dora captura varios peces muy pequeños hasta que Diógenes se da por vencido “esas benditas máquinas que andan dragando el río hacen tanto ruido que han espantado a los peces, antes en una hora uno tendría ya 10-15 peces enormes”.
Nos devolvemos al resguardo y con los pocos peces capturados cocinan un guiso que comen con ansias mientras meten mano a un puñado de fariña, una harina hecha de yuca brava que es uno de sus platos tradicionales.
TRES
Al día siguiente volveremos a Florencia. Estamos tomando una cerveza de cierre de jornada en las gradas de la pequeña cancha de fútbol del resguardo y empiezan a escucharse gritos.
Un huitoto joven y con camiseta de equipo de fútbol paisa se acerca a nosotros y pide un cigarrillo. “Para orarla, parece estar poseída”, nos dice excusándose.
Jose y yo nos miramos con la incredulidad del citadino. No, no puede ser verdad.
José entra primero a la pequeña cabaña y se queda un rato. Después entro yo. La imagen y el momento son únicos.
Un niño en el suelo la agarra con fuerza, el que nos pidió el cigarrillo le echa el humo en la cara y la niña, ay la niña, se mueve con fuerza, sus movimientos parecen espasmos, detrás de ellos la madre abanica con una toalla y el abuelo pensativo la mira, le toca la cara y repite para si mismo oraciones.
“A todas las que están yendo al colegio les está dando eso, Mary se salvó porque no ha vuelto…”, dice la madre mientras señala a su otra hija.
“¿Quién es el que te ataca?”, Pregunta el que echa el humo
“No le puedo ver bien la cara, es negro y alto”, responde la niña.
Yo estoy como mero observador. No me atrevo a apoyar ni a decir nada. Solo miro como hipnotizado, la escena no me deja salir de ahí. Estoy asombrado del poder de la vida dentro de Los Monos. Esto es otro universo. Es otra forma de vivir.
Al día siguiente nos enteramos que esa noche al menos cuatros jóvenes del resguardo vivieron lo mismo.
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Con estos tres momentos cierro la primera parte de una experiencia poderosa: Diez días en el Amazonas buscando y retratando una historia potente que esperamos compartirles desde Semana en próximos meses.
Esta travesía por el Amazonas fue, como todos los viajes, una ventana abierta a nuevas experiencias, ideas y personajes…
Algunas imágenes del proceso.