Dos monjes van caminando con su atuendo típico por toda la carrera séptima, arrastran un carrito de balineras donde llevan una lavadora que se nota tuvo mejores épocas; me los quedo mirando intensamente, uno sonríe al sentirse observado, el otro aprieta el paso pues quiere llegar rápido al técnico donde llevan la lavadora.
La ropa sucia no siempre se lava en casa…
Saco la cámara y al intentar tomar una foto se bloquea, hubiera sido una #microvida excelente; pero no importa, es uno -otro- de esos recuerdos que deben quedarse dando vueltas en el limbo mental de las historias por contar y capturar..
Me doy cuenta que se me hace tarde para una reunión, ahora soy yo quien aprieta el paso. Unas calles más arriba un mago le pide a un joven del improvisado público que saque una carta y la muestre a los demás. El accede con pereza y sin mucha energía. El mago sonríe, le da una palmada en la espalda y le dice:
– Despierta muchacho, que la vida es corta y la magia la creas tu mismo…
Yo sigo caminando y sólo puedo pensar que, casi siempre, la mejor parte del truco es no entender que es lo que tiene el mago en el sombrero.
Hace unos años escribir me salvó la vida, me dejó expresar y sacar de adentro ideas, dolores, alegrías y más de un tropezón; escribir y contar mis imágenes mentales diarias me permitió seguir pedaleando, caminando, tirando pa’ lante.
Hace un tiempo la rutina, los afanes del día a día y mil y un excusas más me tienen distanciado de esta manía salvadora.
Por eso hace un rato empecé a escribir, escribir sin pensar, escribir, borrar, escribir, borrar, buscar viejas ideas, reciclar, escribir, borrar, escribir, y así hasta que lo escrito tuvo cierta coherencia…
Cuando leí los párrafos uno detrás de otro recordé que tengo un mal poeta bien dentro, quiero, intento más bien, hilar historias y buenas narraciones alrededor de lo que me ocurre y a veces estas se quedan en puros pataleos de ahogado.
Afortunadamente nuestras obsesiones son eso: Nuestras. Nadie tiene que entenderlas…