Siempre que voy al parque con Martina hay uno o dos padres peleando y regañando a sus hijos porque quieren subir al tobogán por el mismo tobogán.
– No hijo, al tobogán se sube es por las escaleras…
Siempre termino con una risa en la cara -y con algo de pena por esos padres, por esos niños- porque es justo lo que hace Martina todo el tiempo, subir por el tobogán, con una gran sonrisa en la cara, a veces con mi ayuda, a veces ella sola.
Cada vez que lo hace yo la aupo, la invito a subir sin miedo por el tobogán porque sin duda el mundo es y será de aquellos que se atrevan a subir por la otra vía, ¿cierto mi linda Martina?
Siempre dicen que los hijos vienen a nuestras vidas para cambiarla por completo y justamente lo hacen porque gracias a ellos entendemos que la vida es para vivirla, gozarla, disfrutarla y sentirla al 100% con ellos.
Martina es feliz, baila exageradamente bien para ser una costeña criándose en Bogotá, habla como un loro y cada noche me sorprende con nuevos aprendizajes que ha recibido en el colegio mientras juega con Violeta, Iker, Alejandro u otro de sus amiguitos.
Yo soy feliz con ella, ella me hace ser una mejor persona, o al menos intentarlo, sus enseñanzas son valiosas y cada vez que, como hoy, cumple años agradezco a la vida por permitirme ser suyo, su papá, el que más la quiere, el que se emociona con cada uno de sus nuevas formas de entender el mundo.
Mundo que a esta edad se mueve a toda velocidad. Mundo que quiero que ella se coma, que disfrute y que se baile como si nadie la esté viendo…
Feliz tercer cumpleaños hija, te amo con todo mi corazón… ¿te lo imaginas?