Ayer estaba organizando la biblioteca de casa y me tropecé un libro, un diccionario para ser más específico, que tenía bastante tiempo que no veía: El Diccionario al Revés.
Mi abuelo Orlando Torres C. fue, y es, un gran crucigramista, siempre los recuerdo a él y a mi abuela Ayda, debajo del palo e’ níspero llenando los crucigramas de gran formato que traía el diario “El Espacio” -cuya fórmula ganadora era muerto en la portada, crucigrama en el centro y tetas en la contraportada, apuntando a tres públicos distintos lo que lo hacía el diario más vendido en esa época-.
De tanto coleccionar definiciones un día se decidió a sistematizar las más problemáticas en un cuaderno, más como ejercicio propio que como algo más amplio según me dijo alguna vez.
Después, a mitad de los años 80, vino un hecho fatal para nuestra familia: la muerte de mi tía Jackie y ese libro se volvió un reto en el que refugiarse (y esconderse) del dolor. En su momento fue editado por el Círculo de Lectores y si bien hoy en día con Internet y los computadores es totalmente innecesario en su momento fue un instrumento innovador y valioso para quienes compartían su afición por los juegos de letras.
Lo que más me gusta de este recuerdo es que mi abuelo es y ha sido siempre autodidacta, nunca terminó el colegio y su oficio de telegrafista lo aprendió a punta de práctica y ensayo y error y con el mismo recorrió todo el caribe hasta que se pensionó de Telecom.
Ayer le mandé algunas fotos a mi tío Thite:
– Cuídalo, creo que es el último ejemplar que queda… – Me dijo.
Me quedé pensando en cuántos recuerdos tangibles tenemos por explorar y conocer que están guardados al fondo de una biblioteca o peor aún en algún resquicio lejano de nuestra propia (siete letras, dícese de todo aquel recuerdo que generamos de hechos del pasado) MEMORIA…”
“La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados.” J. Paul