Probando…

Probando, probando, un, dos, tres, sonido…

Los mejores textos salen a veces de palabras vacías. No hay duda, podría ser una fórmula matemática.

Es igual, no quiero entrar en esa espiral, eterna espiral de quejarme de la hoja en blanco. Esa pelea eterna con el teclado, esa pelea de David contra Goliat, esa pelea, interesante pelea diaria…

No sé quien lo dijo, pero pudo haber sido Gabo, “hay quienes convierten la falta de tema en tema para una nota”

Insisto, no es hora de preguntarme sobre eso, sólo quiero sentarme y que las palabras fluyan, así suele ser casi siempre, me da risa, nunca, nunca escribo con ideas preconcebidas ni mapas mentales, nunca planeo puntos de giro ni sueño a mis personajes, hace rato escribir es como esa catarsis necesaria, ese botar corriente para no dejar todo a la cabeza, a la bendita cabeza.

Es imposible hacerlo, es imposible planear, a veces, casi siempre mejor dicho, escribo sobre cotidianidad, personas y personajes, ideas que tropiezan, dan tumbos en mi cabeza y mil rollos mentales más, ¿porqué no seguir en esa misma tónica?

Puede que esta repetición y esta temática constante lleven a que mucho de los textos queden insípidos, descafeinados y hasta incoloros pero bueno, recordando una de esas famosas frases que solía usar en mi travesía en la madre patria, “es lo que hay”.

De todos modos, es mi espacio, mi espacio personal y por eso me contradigo, mando a la mierda todo y vuelvo y me quejo de la hoja en blanco, de la mente en blanco, de la cabeza en blanco… no, de esas no, ojala.

Parece que olvidé que dos más dos no es tres, parece que esta fórmula matemática no funcionó, parece que este texto no será bueno, parece que escribir me tranquilizó, parece que me dejo un buen sabor en la boca y que ahora puedo ir a dormir con la tranquilidad que las 3, 15, 22, 36 ideas que tenía rondando en la cabeza han pasado a mejor vida, a ninguna le dio la gana de salir, a ninguna le dio la gana de decir, hola, soy una idea y quiero que me cuentes.

Y yo… FELIZ.

Buenas noches. Muy buenas noches (y también buenos, muy buenos días).

 

Jungla urbana

Tiene como 45 años, unas pocas canas y cuerpo débil. Va moviendo lentamente, empuja y puja, empuja y puja, un paso a la vez. Es una lavadora, de esas viejas pero efectivas, la que lleva en la carretilla,  se ve que pesa más que un matrimonio a la fuerza y que ha tenido mejores épocas. El letrero, enorme, “se alquilan lavadoras  a domicilio” no hace sino sacarme una gran risa, se me viene a la cabeza eso de que la ropa sucia se lava siempre en casa.

Vengo subiendo del centro al norte de la ciudad en un taxi, paso por barrios desconocidos y calles extrañas. La mirada desde la seguridad del asiento trasero y el aire acondicionado siempre ayudan. No es tarde, aunque ya va cayendo el sol. Es viernes para más señas, día de frías van frías vienen, día de polvos anónimos, de risas fingidas y de quitada de mascaras.

En una esquina las veo, una tiene como 19 y la otra como 25  años, saben lo que tienen para ofrecer, sonríen como estúpidas y parece que no saben hacer más nada. Un tipo con pinta de Pedro Navajas (matón de esquina) las presenta a otros tipos con pinta de Juanito Alimaña (con mucha maña), sonrisas y tetas se mueven al unísono, esa noche habrá salsa, salsa, salsa…

El taxista intenta buscar conversación, siempre suelo hablar con los taxistas, tienen muy buenas historias y no cobran por contarlas, pero hoy no me provoca, vengo ensimismado haciendo varios planes y quiero que la mente esté en lo que debe estar.

En eso un grito de lado a lado me saca de mis pensamientos:

–    Margarita, ¿fuiste el domingo a misa? – Le dice una señora, 50 años bien puestos, camioneta modelo 2010 y cara de pocos amigos a otra señora en el carro a mi lado.

–    No, no pude ir, me enredé y al final no fui. Igual no me provocó mucho, el padre miguel se está volviendo como loco, no hace sino rezar y rezar. – Le responde la otra.

Quedo en un sanduche de gritos y religión, de charlas que no me interesan…

El trayecto es largo y yo ahí mirando, observando, ya saqué una hoja y empecé  a anotar, como siempre, ya no dejo nada al azar ni confío en mi cabeza, escribo todo, TODO.

En la puerta hay un niño, un pelao, mejor, tendrá como 13 o 14 años, grita, se supone que canta, algún tipo de música de la cual no logro interpretar el ritmo en la distancia, miro el contexto, una zapatería de esas pobres, pobrecitas, a las  que se le ve que no hubo mejores épocas pero que está extrañamente adornada con un enorme letrero lumínico, como de bar de putas, que dice “OPEN”.

Nos acercamos al norte, la tarde cae y el sol se esconde, yo tengo algunas ideas más claras y otras que nada tienen que ver anotadas en un pedazo de papel, son estas líneas claro está.

Por la 46 con alguna carrera que ahora no recuerdo, cuatro mariachis ajustan sus instrumentos, recuerden, es viernes por la tarde, noche de serenatas y llantos de amor, de cantos y dedicatorias, hay chavela, chavela, chavela…

Siempre he sido hiperactivo y acelerado y eso, quieras o no, te impide muchas veces observar el paisaje. Últimamente camino, me desplazo, observo, recorro y pienso, lento, muy lento por las jungla urbana de Curramba, ando en otro viaje, mejor dicho en otros viajes.