Y sigo escuchando lo que me cuentan aquellos amigos que por una u otra razón aparcaron la búsqueda del sueño europeo y volvieron a trabajar en sus países.
Sus escritos me muestran un ambiente y unas sensaciones, sus descripciones me hacen notar que volver no es tan fácil como parece ni tan difícil que no se pueda, para bien y para mal el ser humano es un animal de costumbres.
Cata es de Bogota, Mariam de Caracas, las dos fueron mis compañeras de piso en la época de Madrid, las dos se devolvieron y las dos tienen algo que contar.
Ana Catalina Baldrich, Periodista, Colombia
Cuando el país es un punto
Regrese a mi Colombia hace un par de años, sin querer para ser sincera ya que España y en especial Madrid me llenaron de vida, de ideas, vivencias y de todo lo que se necesita para sentirte en casa. Sin embargo, por razones que no vienen al caso volví a ella y en ella vivo intentando a diario no extrañar el país del otro lado del océano.
El temor primero del regreso se resumía en trabajo ya que todos sabemos que no es fácil vivir de lo que te gusta en un país en donde la mayoría de los medios pertenecen a unos pocos. Pero la suerte me acompaño así como la experiencia de España que a pesar de la distancia me persigue.
Hoy trabajo para una agencia de noticias española y desde acá no pierdo el contacto con la paella y las tapas, disfruto de la bandeja paisa y el arroz con pollo pero con el gusto del sabor castellano a diario.
Soy feliz aunque extraño, y si extraño es porque cuando puedes vivir fuera de tu burbuja te das cuenta de que tu país no es mas que un punto en un inmenso globo, un punto pequeño que te da las bases para ser quien eres pero que te anima a descubrir los demás puntos. Mi gran país inmenso y rico es solo es un punto y por eso ahora fijo la mente en el resto del mundo que falta por descubrir, una parada en mi propio punto para tomar fuerzas y luego continuar en el viaje preparado para los que amamos la patria pero queremos dejar las fronteras para asumir que nuestra nacionalidad son tres colores que se ven mejor cuando se mezclan con el azul y el verde del globo entero.
Yeimi Ramirez Avila, Venezuela, Periodista
Caminar de eso se trata esta historia. Andar por vez primera, paso a paso si se quiere o al ritmo de las ganas mezcladas con el desconcierto, pero andar. Un largo trayecto lleno de esperas, rostros que se dibujan a lo lejos. Entre éstos se reconoce la imagen de la impaciencia. Valijas que parecieran transitar torpemente entre colores y cargas. Movimiento sí mucho movimiento y al final la palabra esperada Bienvenido pero a qué, a dónde y hasta cuándo. Interrogante esta última que aparece justo en el momento en el que los tiempos deberían importar poco o nada.
Cuentas, no las distancias sino las horas que te separan de ese que piensas es tu lugar. El mismo que dejaste atrás y esperas encontrar cuando la idea del retorno apremie.
Volver, regresar, reencontrar serán las inevitables víctimas de la transformación, de las ganas permanentes, de las dudas, e incluso del riesgo que puede llevarte a la convicción.
Un paso adelante y otro más haciendo espacio entre olores de añoranza, entre el sabor de la sorpresa y la sensación de recobrar aquello que sólo la distancia se lleva.
Transitas, sí transitas como un observador permanente ávido de experiencias que compensen esos primeros días en los que crees que no perteneces a nada y que aquello que consideras es tuyo se quedó unas cuantas horas de vuelo atrás, pero transitas.
De pronto y sin ser un proceso conciente comienzas a pertenecer. Tu rostro se vuelve conocido y tus sentidos ya no libran una batalla de fuerza, por el contrario se acomodan y se establecen. Las leyes de la adaptación se apoderan y más que sobrevivir, vives, convives, descubres, experimentas, conoces y reconoces que puedes tener un lugar incluso a más de 9 horas de tus memorias.
Comienzas el día sin costumbres, llega la tarde sin hábitos y la extraña noche se acomoda por aquello de las diferencias horarias que cambian tu biología interna y te diseñan un nuevo esquema. Pronto te haces cómplice del cambio, comienzas a notar que tu experiencia no es única, se multiplica entre muchos que dieron el paso de caminar en una nueva historia.
Te identificas y te agrupas. Los días se te hacen más personales, propios, entre las abundantes diferencias con las que no puedes hacer algo distinto a crecer. Terminas dejándote seducir por esa abrumadora y encantadora avalancha de experiencias. Te vuelves otro, ¿mejor? sólo otro. Uno que aprendió a lidiar con las diferencias y se creció en ellas. Uno que sabe que esta marcha se trata de aprendizaje. Uno decidido absorber hasta el último acento que te enriquezca.
A la par de todo este devenir de historias el tiempo ha seguido su curso aquí cercano y allá de donde a diario recibes cartas, bendiciones, llamadas de larga distancia que te mueven los recuerdos para que no olvides de dónde viniste. Lugar en el que dejaste una puerta abierta y detrás de la que habrá en todo momento la posibilidad de tocar de cerca tus memorias y regodearte entre el tiempo que te hizo crecer.
Vuelves siendo otro ¿mejor? insisto sólo otro.