Nos la pasamos la vida acogiendo conocimiento, tenemos carrera, postgrados, maestrías, doctorados y un montón de títulos que a final de cuentas ni sabemos para que sirven exactamente.
La sociedad actual nos exige saber de todo un poco, poder opinar con propiedad de la peste bubónica, de los mapas mentales, de la fiebre porcina, de política exterior bielorusa y del calentamiento global.
Yo por mi lado he estudiado muchas cosas y he aprendido unas cuantas mas, se como picar cebolla en julianas, se tomar un metro y medir la distancia entre dos espacios no paralelos, más si los separa un charco, se picar los ojos, mover las cejas, escribir un poema que no tenga cadencia, reír a carcajadas con cualquier chiste flojo, mover mis labios al ritmo de ella, caminar bajo la lluvia o mandar a la mierda a quien se lo gana, reconocer cuando alguien está loco o cuando simplemente quiere parecerlo y cuando el gusto, el feeling, la química, es más que eso.
Saber tantas cosas y darme cuenta de ello me permite sentir que el saber es infinito pero que es más importante el no saber. el no entender, el simplemente sentir.
Por eso, cada vez que pienso y pienso me doy cuenta que en realidad no sé nada, sólo sé banalidades que sirven para parecer interesante pero que no sirven para verdaderamente entender la cadencia de la vida.
No sé besar sin cerrar los ojos.
No sé mentir sin que se me note.
No sé manejar un carro ni me interesa hacerlo.
No sé bailar trance, reggaeton ni ninguna música que no se baile pegado, brillando hebilla.
No sé fingir sensaciones ni sentimientos.
No sé cumplir reglas.
No sé reirme sin ganas.
No sé vivir la vida de otros.
No sé chiflar tan duro como quisiera.
No sé dejar de inventar historias.
No sé comer cosas vegetarianas.
No sé hacer bombas de chicle.
No sé mantenerme alejado de los locos.
No sé amargarme.
No sé dejar de reinventarme.
No sé cantar rancheras ni ninguna canción en un idioma distinto al costeñol.
No sé escribir cuentos de hadas.
No sé fingir que soy un príncipe de cuentos de Idem.
No sé discernir entre lo que es importante y lo que es urgente.
No sé ser convencional.
No sé hacer las cosas porque “toca”.
No sé quejarme.
No sé vivir sin capturar mi realidad con una foto, un escrito o un video.
No sé porque estás tan lejos y a la vez tan cerca.
No sé que es PI.
No sé cómo se dice añoñi en portugués.
No sé nada sobre política, ni sobre economía, mucho menos controlo la influencia del arte del siglo X en la actual guerra de Irak ni las últimas estadísticas sobre los JJOO.
No sé como se llaman los delanteros de la Selección Colombia de Tejo.
No sé cuales son todas mis mañas, menos mis filias o mis fobias.
No sé decir te quiero a la segunda cita.
No sé enfermarme.
No sé quedarme quieto sin hacer nada.
No sé tragarme lo que siento.
No sé dibujar caras reconocibles.
No sé armar una biblioteca.
No sé ser hipócrita.
No sé ser políticamente correcto.
No sé jugar billar
En fin, no sé tantas cosas que me quedo convencido que la vida es un diccionario de páginas abiertas que tengo que leer sin parar.
No sé como cerrar esta nota…
No sé, dime tu… ¿qué no sabes hacer?