– Hay niño, pues entonces el que se fue para Barranquilla perdió su silla. No era sólo lo que decía sino el tono con el que lo hacía, vieja hijuemadre.
Después de un fin de semana de puente en La samaria, de relax total, de no saber que era un PC, un informe o una planificación, después de haber descansado, pasado buenos ratos y muchas cosas más regresaba a Barranquilla en uno de esos engendros mejor conocido como “puertaapuerta”, una de esas buseticas bastante incomodas, más si tu estatura sobrepasa los 1, 80, que te recogen en la puerta de tu casa y después de 4 horas de dar vueltas te dejan en la otra puerta o en la ventana o donde te de la gana.
Supongo que toda felicidad no es completa por lo que todo lo relajado que venía del fin de semana se fue perdiendo en el camino entre la falta de un aire acondicionado en -valga la redundancia- condiciones, la lloradera del bebe a mi lado o el stress por el trabajo acumulado que me esperaba en la casa.
Si sumamos que a medio camino se “recalentó” la buseta en la que ibamos y que nos tocó esperar 30 minutos a que llegara otra, el panorama se asemejaba como mínimo desalentador y si agregamos que cuando llegó la nueva buseta una señora gorda, con una maleta de mano de la que salía olores non sanctos y con mucha mala onda me quitó el puesto en el que -dentro de lo que cabe- venía medio acomodado ya todo era casi la vispera de un apocalipsis.
– Señora, porque no nos acomodamos todos en el puesto en el que veníamos cada uno en la otra buseta. Le dije con todo el respeto que me fue posible.
– Hayyyyyy niño, pero si esta banca es para 3 personas, dale acomódate. Me dijo con ese descaro sútil que sólo dan años siendo una aprovechada.
– Pero señora, si está la otra señora con su bebe y ud. y yo flacos no es que seamos, no cabemos. Le dije ya con menos (in)decencia.
Y ahí fue cuando soltó
– Hay niño, pues entonces el que se fue para Barranquilla perdió su silla.
Sólo se me pudo venir a la mente uno de eso tantos dichos españoletes que tanta risa me dan:
– Sabe que vieja hijuemadre, que le den…
Vuelve y juega, sale la malicia indigena a relucir, esa tradición que nos lleva al pasado y no precisamente a nuestros mejores antepasados, esa excusa que nos inventamos todos como validador de colarse en filas, de robar pertenencias, de trucar negocios, de hacer todo al revés.
Malicia indigena, materia obligada en el curso de la vida colombiana y que se enseña de generación en generación de manera totalmente irresponsable, porque vivimos y sobrevivimos pensando que el vivo vive del bobo y el bobo de papa y mama.
Me acordé de aquella vez que escribí sobre la malicia indigena; hace ya un buen tiempo, pero nada ha cambiado, la malicia indigena es como el bom bril o como las energizer: dura y dura y dura…