“El arte empuja la locura a sus límites sin cesar” Foucault
Hubo una época, en un lejano país en una lejana versión de lo que soy en la que escribir era para mi no un interés, un hobby, la excusa para ir de poeta maldito ni la tarea de los fines de semana… era una necesidad.
Pasó el tiempo, pasaron los kilómetros, se acortaron las distancias y se bajó el telón.
Escribir se volvió doloroso. Se volvió una herramienta anacrónica usada en el pasado simplemente para drenar y drenar tantos fantasmas como el corazón quisiera o pudiera en ese momento.
Me obsesioné con dejar los espacios de mi sentir a las miradas más literales, a miradas más entendibles, entendidas, ¿por quien? por mi, muchas veces, por otros, otras más, miradas en movimiento, a full HD pero en slow motion, carentes de significación real, al menos no tan real como quería creer que eran, que son.
Cada vez que escribo pienso, cada vez que pienso escribo, un circulo vicioso mediado por la hoja en blanco, pero todo pasa por dejar de creerme las mascaras que he creado, por dejar un espacio para permitirme tocar, sentir, conectar, vivir ese dolor de lo real, de lo cercano, de lo verdadero.
Intento pensar en donde empezó todo y no lo encuentro, todo se tropieza en ese momento, el momento del click, en donde empezó esa loca, a veces desesperada, a veces esperanzadora y constante búsqueda expresiva que se ha vuelto un caos que al fin y al cabo no es nada y es todo, es simplemente un disparador.
Lo más complicado es desconectar un momento y no sentir lo molesto que es quitarse las mascaras constantes de fortaleza pero sirve para entender(nos).
Y toca hacer los cambios que toque hacer. Se siente, los cambios remueven estructuras y con una vida marcada por cambios constantes, por la reinvencion como estilo de vida, como ha sido la mía se sienten más.
Por eso, por todas esas ideas que dan tantas vueltas es que tengo miedo de escribir, por eso, por todas esas ideas es que tengo ganas de vivir… y sentir.
Por alguna inexplicable razón me acorde de esto que escribí hace ya un tiempo…
“C. en Beirut corre para que no lo alcancen las bombas y poder llegar sano y salvo a ver la TV; D. en Toronto va y viene del supermercado comprando y comprando sin parar, nada que hacer lo ha absorbido el consumismo; F. en Milán mira pasar una y otra modelo en la mayor pasarela, la calle, y maldice su suerte por no ser tan agraciada; H. en New York corre por la 5ta avenida con su Ipod a todo volumen esquivando coches y buscando su camino; L. en Porto camina lentamente por la orilla del Río Duero camino a su reunión de A.A. mientras barcazas cargadas de toneles de vino le hacen el quite; G. en Bogotá observa embelesado la vitrina mas cara del Andino mientras la mano dentro del bolsillo no para de acariciar su único billete de 10 mil pesos; P. en París suspira frente a la Torre Eiffel mientras busca en el listado de contactos amorosos de Le Monde; Q. en Venecia para una góndola pidiendo un cantante y le sale un marino mercante, P. en Santa Marta hace un amague, da una gambeta y mete el gol mientras oye en su mente pitan pitan pitan y sueña con llegar a Pibe o al menos salir de Pescaito; A. en Berlín tropieza una piedra cercana al muro y se imagina que es un fragmento de esa libertad prometida.”
Y mientras tanto yo en Barcelona, miro el atardecer que cae, me tomo una cerveza y me voy a dormir.
¿Tanto nos cuesta aceptar que no somos el centro del universo?
“Todo lo que puede ser imaginado es real.” Picasso