No es tan temprano, son las 7 am, suena un despertador, un vals todo extraño que tienen los teléfonos Motorola y que es el más decente que he encontrado para despertar sin sobresalto. Afuera se escuchan carros que pasan y un voceador que grita El Heraldo, El Heraldo para hoy martes.
La ducha emite su sonido característico, toca un baño concienzudo que quite impurezas y limpie ideas, suena el spray del desodorante, una correa se cae al suelo, el abanico no para de lanzar aire mientras suena lentamente, un pájaro se posa en la ventana e intenta emitir un sonido, débil, muy débil.
Entro a la cocina, la lavadora emite un extraño pitido que todavía no he logrado desactivar, lavo dos platos de la noche anterior, me gusta el sonido del agua al correr sobre la loza. Un minuto de cocción y suena el microondas, tropiezo un vaso, crash, crash, suena al romperse.
Suena el citófono, me buscan, las llaves suenan clink clink, la reja al cerrarse hace un estruendo, se oye el grito de la bebé de mi vecina, en otro apartamento se oye un regaño, pelao del carajo levántate, bajo corriendo, no sea y me regañen a mi.
En el taxi la conversación es la de siempre, que más, que hay de vainas, nada la misma vuelta de siempre. El aire acondicionado ayuda a empezar bien el día, en la radio suena Jorge Cura, mejor, alguno de los comediantes que siempre lleva a su programa, el chófer se ríe, yo me río con el, el día empieza con sonido de risas.
Entro a mi oficina, suena la alarma, bip bip bip bip, combinación correcta, hace un gran estruendo al desactivarse. Enciendo el aire acondicionado de mi oficina y el de el resto del canal, brrruuummmm arrancan los dos. Me siento en la silla, suena, necesita aceite. Enciendo el PC, marco clave, bip bip bip bip, clave correcta, somos una sociedad de claves correctas pienso, miro la pantalla, abro el correo, 6 mensajes, una alarma, abro la intranet de la universidad cero mensajes, abro el resto de webs de revisión diaria, cada una hace un ruido distinto. Me acerco a la sala de emisión del canal, enciendo los televisores, los monitores y la consola de mezclas, cada uno con un sonido característico, cada uno con ganas de contar, prendo el dvd y en el la torta de esta semana me reclama que le suba al sonido. Dejo todo en stand by a la espera que los ayudantes se encarguen de lanzar todo al aire.
¿Qué más profe?, se oye la primera voz, ¿le puedo contar algo?, dime, suena un celular, regáleme un minuto profe, ya vuelvo, ok. Es la primera de muchas entradas y salidas a lo largo del día. Suena el teléfono. ¿Con pedrito de los palotes?. No, oficina equivocada. Empezamos bien.
Mañana intensa, mucho trabajo, preparar clase, redactar un par de propuestas, el teclado suena y suena, como imitar el sonido de unas teclas, clic clic clic clic. Tres interrupciones más y opto por cerrar la puerta de mi oficina de puertas abiertas.
Mediodia. A casa a almorzar, mismo sonido de microondas, la licuadora procesa un gran jugo de lulo, el vaso suena al contacto con el hielo. Comida rapida, tenedores sonando.
Camino por la calle de vuelta a la universidad, un hombre “maneja” su carro’e mula, arre, arre, le grita y me acuerdo del caballo chovengo de la canción, arre, arre, vuelve y grita y el animal, terco, suspicaz, se queda quieto, como burlándose de su dueño.
Viene un taxi Dacia, de esos largos, se queda varado a media calle, hace un estruendo aterrador, a ese motor le falta poco para salir en átomos volando, pasa un moto taxista y le grita: échale guineoooo.
En el bus rumbo a la universidad el cántico es el de siempre, uno le vale 200 y tres le valen 500 para su mayor economía. los huecos hacen que cada brinco suene todo el chasis. Yo cierro los ojos y espero llegar pronto, al menos llegar.
Retomo labores, pa’ clase, durante 3 horas no oigo ningún otro ruido sino mi voz, convencido, ya quisiera yo, los alumnos hablan una y otra vez, a veces por mis preguntas, a veces por jodidos que son, a veces porque si, a veces porque no. Suena la película, hoy es F for Fake de Orson Welles. Siguiente parada, rally videografico por la universidad, la clase es distinta, fuera del salón, así que los ruidos que escucho, además de las preguntas de los alumnos, son los característicos de la cotidianidad de la Uninorte, gente, mucha gente, pasos, vasos en el CAI, gente que entra y sale, puertas que se cierran y se abren, gritos, muchos gritos, alguno pasa corriendo y casi me tropieza.
Fin de la jornada, camino por las calles, pasa el carro de la basura a mi lado armando un gran estruendo llego a casa, subo escaleras, clink clink suenan las llaves. Abro la puerta, el portero me dice que vinieron los de la luz, a bonita hora pienso yo y subo pausadamente los cuatro pisos que me separan del ruido final. Prendo luces, enciendo la TV, una película empieza, caliento algo de comida y me dispongo a escuchar, a sentir lo que tienen que contarme. En el PC se enciende la luz del msn, hoy -día sonoro- no hay ruido en los parlantes, una chateada rápida que allá y acá toca dormir.
11 pm, me quedo dormido, me voy al cuarto, enciendo el ventilador y cierro la ventana y justo antes de tirarme a la cama escucho los tres últimos sonidos del día: el vigilante de la cuadra haciendo su ronda habitual con el pito de toda la vida con el que mantiene alejado a los malandros de la cuadra y viceversa, el sonido ralajante, simple y sin carisma de la brisa entrando por todas las ventanas y el cric cric cric de las ranitas que extrañamente llegan hasta lo alto de mi apartamento.
Los ruidos que se escuchan en la cotidianidad nos marcan las pautas de lo que hacemos; sentirlos, vivirlos pero sobre todo disfrutarlos nos puede hacer experimentar extrañas y llamativas impresiones.
Es que casi siempre oímos pero muy pocas veces escuchamos.